SITGES 2025: Drácula de Radu Jude
octubre 22, 2025La sed cultural en una sociedad agotada
Por Bruno Dias
Para el estreno de la película No esperes demasiado del fin del mundo (2023), la plataforma MUBI ha hecho una pequeña reflexión sobre el largometraje, comenzando por atribuir al director la alcurnia de “ultracontemporáneo”. Radu, conocido por su mezcla de géneros, formatos y discursos, lleva esta característica a su más alta expresión en Drácula (2025).
La película, que se estrenó en la edición de 2025 del Festival de Locarno y formó parte de la competencia oficial de Sitges, es una ambiciosa antiadaptación de la clásica historia de Vlad el Empalador o, como fue inmortalizado, el Conde Drácula. Con catorce capítulos, un prólogo y un epílogo, la película busca diferentes formas de retratar el sentido de contar la historia del Conde en el presente contemporáneo.
Radu tiene en la base de este ambicioso proyecto la inteligencia artificial, un artificio que utiliza tanto en lo narrativo como en lo técnico. Pero su uso no está exento de una fuerte crítica. En la película acompañamos a un director de cine, claramente inexperto, que emplea la inteligencia artificial para “arreglar” su adaptación de Drácula. El metacine —algo ya habitual en sus películas recientes— sirve aquí como una oportunidad para demostrar, en la propia narrativa, la precariedad que define un trabajo hecho con IA. Esa precariedad también se muestra en las imágenes generadas por inteligencia artificial que aparecen a lo largo del film: imágenes pobres, inciertas y defectuosas que evidencian la necesidad de la construcción humana para la creación visual.
La IA se usa principalmente para representar la figura del Drácula, un ser que sobrevive gracias a la sangre y la vitalidad de las personas, y que finalmente las mata al término de su cena. No es casual que exista una conexión entre la figura de Vlad y la IA: una máquina que se alimenta de nuestro trabajo y crea un pastiche con las obras de la humanidad, con el propósito de, algún día, sustituirnos en la creación artística.
Este no es el único tema que Radu Jude aborda en la película. En el subtexto hay un potente mensaje que ya había explorado en películas como No me importa si pasamos a la historia como bárbaros (2018) y Un polvo desafortunado o porno loco (2021). Radu propone un diálogo entre la contemporaneidad y la creación de la cultura, la política, la religión y, finalmente, del pueblo rumano.
En los catorce versículos de la película hay una constante relación entre el pasado, el presente y la imposibilidad de construir un futuro para la sociedad rumana. En una de las partes, Radu Jude adapta una importante novela rumana sobre vampiros escrita por un autor local. En este fragmento, Radu nos invita a reflexionar sobre la apropiación del mito, no desde la mirada extranjera de maestros como Bram Stoker, sino desde la de un autor rumano. Allí se revela que la figura del vampiro es, en realidad, una traducción de los miedos de un pueblo en construcción, que se desplazan desde la época de la narrativa hasta las guerras, el período de Nicolae Ceaușescu y el capitalismo tardío vivido por Rumanía después del fin del régimen comunista, un tema ya presente en obras como No esperes demasiado del fin del mundo (2023).
Otro capítulo que establece un potente diálogo con la contemporaneidad y la filmografía de Jude es uno titulado El capital, donde acompañamos a Drácula interrumpiendo una huelga de trabajadores cuyo empleo consiste en subir de nivel cuentas de videojuegos para luego venderlas a estadounidenses. Aquí Radu vuelve a su crítica de las desiguales relaciones laborales en una Rumanía que vive entre la sombra de su pasado y la imposibilidad de construir un futuro dentro de un sistema agotado. Ese agotamiento no abarca solo el sistema que Jude critica, sino que se manifiesta también en la propia imagen que construye, ya sea con cámaras profesionales, teléfonos móviles o inteligencia artificial.
Es notable también el capítulo titulado Nosferatu, donde Radu juega con imágenes de la película de Murnau de 1922 para crear anuncios de productos tan dispares como los de aumento peneano. En este contexto, destaca el uso que Jude hace de los órganos sexuales masculinos. Esta es una marca recurrente en su filmografía: la vulgaridad y lo grotesco forman parte esencial de la construcción de la cultura rumana, y Radu juega con estos signos a lo largo de las tres horas de duración del film.
Aparte de estos fragmentos distintos, existe en la película un hilo conductor claro: la historia de un actor que interpreta a Drácula en una versión maldita del Kit Kat Club de Cabaret (Bob Fosse, 1972), ambientada en Transilvania. En esta trama seguimos la huida de los actores, hartos de presentarse ante los turistas, que deciden escapar de ese espectáculo de horrores y sexo. Aquí Radu trabaja con la idea de la representación: no vemos una adaptación de la historia de Vlad, sino la historia de un actor que encarna a Drácula. Por eso este texto define Drácula no como un collage de adaptaciones distintas, sino como una antiadaptación, donde Jude utiliza al personaje del Conde no para ser adaptado, sino para ser interpretado: convierte los signos básicos de Drácula en elementos de traducción de la historia rumana, su violencia, sus virtudes y sus vulgaridades.
El humor Judiano es peculiar; su uso de la ironía, la sangre, el sexo y la violencia no agrada a todos los espectadores. Pero, detrás de esa barrera, hay una película que no solo plantea un discurso político sobre la contemporaneidad, sino que ataca la propia lógica de la construcción de las imágenes en un mundo donde las IAs están cada vez más presentes. Si el espectador logra no cerrar los ojos después de escuchar la palabra “polla” por quincuagésima vez, encontrará una profunda inmersión en el universo de uno de los cineastas más innovadores del presente.


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