Un mapa para el cibersiglo

octubre 04, 2024

Por Nicolás Gibbs

Estamos hiperconectados pero no logramos conectarnos y ahora todo es instantáneo. Cada ciertos años empiezan a corretear por entre las bocas frases comunes y entendimientos de cómo nuestra experiencia va mutando a medida que las tecnologías toman nuevas formas. Al final es muy cierto, es difícil encontrar ideas sobre el presente que no sean repeticiones, ideologías zombis o calles sin salida. ¿Podemos ir a buscar en el cine alguna clave para orientarnos en nuestro siglo? Digamos por ahora que es posible.  


En algún suburbio de Argentina, en una tarde en la que el sol empieza a abandonar las azoteas, tres jóvenes caminan tranquilamente por el techo de distintas casas. Escuchamos una voz que no termina de elaborar su frase. Una cámara rota sobre su propio eje. Nos deja entrever que hay una organización prevista: se adelanta a los pasos de los personajes. La cámara sabe hacia dónde van. Los personajes avanzan y la cámara los pierde detrás de paredes y ladrillos. Pero se encuentra ahora con otro grupo de jóvenes sobre la azotea que antes estaba vacía. Allí los jóvenes hablan pero conversan poco: sus pensamientos son como islas lingüísticas que no tienen mucha correlación ni sentido de continuidad. Uno juega a “quedarse sin crédito” y su cuerpo cae al piso como una máquina que acaba de ser desconectada. Todo un movimiento laberíntico acompañado por diálogos surreales, dispersos y aparentemente sin sentido.



Pude ver un puma (2011) es el tercer cortometraje de Eduardo Williams como estudiante y el primero en cruzar el Atlántico para competir en Cinéfondation, la sección de Cannes dedicada específicamente a cortos y mediometrajes realizados por estudiantes de todo el mundo. En ese corto ya empezaba a tomar cuerpo una búsqueda formal experimental identificable por largas caminatas, saltos espaciales insospechados, conversaciones discontinuas y jóvenes que deambulan un mundo por momentos onírico. Volver a ver sus cortos después de El auge del humano (2016), su primer largometraje, despeja cualquier duda acerca de la arbitrariedad en esos procedimientos. Esa búsqueda formal parece responder a la experiencia del mundo contemporáneo atravesada por medios tecnológicos. 


En un pueblo en ruinas, entre escombros, calles destrozadas y árboles casi vivos, los jóvenes caminan en busca de un remedio que pueda curar a un amigo suyo. Cómo llegaron hasta ahí no sabemos, tampoco cómo salen de ahí hasta un bosque verde y oscuro. Nuestro lazo con ellos es la continuidad del tiempo. Seguimos con la cámara, un cuerpo móvil con su propio ritmo, las caminatas y conversaciones de los personajes. Ellos se meten por distintos lugares, saltan de un lugar a otro. Se esconden en la imagen y luego reaparecen. El sonido permanece como si estuviera disociado de la experiencia de la distancia: si perdimos a los personajes en el paisaje, el sonido se quedó aquí con nosotros en conversaciones divagantes sobre el universo. Aparentemente sin sentido, esas conversaciones tienen mucho que ver con lo cósmico, la naturaleza y la tecnología. Uno de ellos dice tener 13.7 giga-años de edad. Primer indicio que estos jóvenes viven en un mundo rodeado de discursos y elementos eléctrico-digitales.



Si a nosotros nos descolocan los cambios espaciales, los personajes parecen ni siquiera sospechar que el lugar por el que se mueven muta constantemente. Esa primera idea de Williams tiene poco de aleatorio o capricho fantasioso. Si inicialmente los diálogos indicaban un universo digital,  El auge del humano pone directamente en escena a la tecnología como posible fuente de esa organización del espacio. Los jóvenes precarizados buscan Internet constantemente, hacemos un salto espacial transcontinental por medio de una computadora y finalmente observamos una fábrica donde ensamblan aparatos móviles.


Los cortos de Williams son ejemplares para entender cómo se puede trabajar con elementos cinematográficos para construir una experiencia del tiempo y del espacio que hace eco de nuestra cognición mediada por la tecnología. Una cognición del cortocircuito, una disociación de la experiencia temporal y espacial. Puede ser una dispersión, pero es también otra cosa. El tiempo presente es continuo y pesado; el espacio hace saltos imposibles para reunir en su discontinuidad las infinitas pestañas del mundo. En suma, la experiencia del tiempo deja de estar vinculada a un espacio delimitado. Mientras tanto los jóvenes deambulan por trabajos precarios y ciudades sin promesas. Se mueven imaginando fantasías de cómo el mundo podría ser. Hacia dónde, no lo sabemos.

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