La obra del siglo en MACBA - La memoria es un paisaje derruido

mayo 15, 2025

Por Damián Sato

A medio camino entre 1982 y 1992 la Unión Soviética pacta con el gobierno de Cuba la construcción de doce plantas de energía nuclear a lo largo de la isla. Esta promesa por la independencia energética alimentaba el ideal revolucionario, la utopía marxista en el medio del caribe. Un imaginario que hasta hoy sobrevive como espectros en el paisaje de la ciudad nuclear.

El largometraje de Carlos Quintela, La obra del siglo (2015) hace un recorrido social por las calles de la memoria política de una ciudad cubana que aún no aparece en el mapa. La ciudad nuclear de Juraguá es un complejo de viviendas construidas para los trabajadores de la primera planta nuclear cubana. Los rusos, búlgaros y cubanos que vivían entre la arquitectura soviética de la nueva ciudad caribeña plantaron los cimientos de la fábrica durante diez años hasta que la unión soviética entró en crisis y el proyecto se estancó dejando millones de pérdidas. Veinte años después la ciudad sigue poblada, ya no por los soviéticos embelesados por el clima del caribe tropical, sino por un pueblo estancado en la memoria del progreso.

La película deambula como un fantasma entre edificios que parecen cohetes, atravesando las paredes de una familia de hombres acechados por su propia masculinidad, hasta llegar a las imágenes de archivo que televisaban la construcción del reactor nuclear. Así, en una mezcla entre ficción y realidad, el paisaje cubano se desmorona por la radiación social en la ciudad nuclear, construyendo un relato hibrido entre historia, desencanto y utopía.

La procesión social que vino tras el abandono de la fábrica aparece en las grietas que descascaran las relaciones familiares. En la cotidianidad de un abuelo, hijo y nieto se dibuja el mapa de la desesperación que inunda su hogar; un apartamento desbordado por sus masculinidades ciegas. Tan problemáticas como imposibles fuera de Cuba. Así, el abuelo grita con desespero a los otros dos, empujándoles a construir un futuro de verdad, no como el que el ideal de la revolución nuclear le robo a él (y a todo un pueblo). En otro momento de la película el padre presenta a su pareja en la casa, el nieto la recibe con cariño y el abuelo enseguida le pregunta cuanto pesa, si tiene las manos suaves o no. Si son ásperas será buena cocinera, afirma. Pues entre los chistes que solo él sabe reír, ya no queda más mundo para vivir.

El pez que muere y vive, el abuelo que muere y revive, y un perro que estira la pata tras respirar veneno fumigado, terminan de colorear el paisaje espectral que se vive en la ciudad nuclear ¿Cómo sobrevivir a un territorio estancado en el tiempo? Donde la muerte nunca fue la ultima salida y el ideal de revolución vive entre viejos que hablan bonito y miran poco a su alrededor: escombros de una utopía y ruinas de un mundo que no llegó a florecer. La fábrica abandonada da la espalda al paisaje de la isla y entre sus maquinarias desmanteladas por el hambre solo quedan los espectros de Marx.

La jugada más asusta de la película la reveló Carlos en el coloquio tras la proyección, allí nos contó cómo en la incertidumbre de un estado comunista todo el mundo vive con miedo y, en la desconfianza, solo la autoridad oficializa la acción. Una autoridad cualquiera, pero autoridad. Y así, Quintela consigue las imágenes de archivo que pueblan la película de imágenes pobres pero voladoras. Estas imágenes desde helicópteros y de reportajes de la TeleNuclear hacen despegar la película como si se tratara de otro edificio con forma de cohete, posicionan el relato en la historia y visibilizan al pueblo perdido entre el polvo de la revolución. Porque la nuclear no fracasa en su abandono, sino en el olvido de su pueblo. El montaje del film enfrenta a las imágenes de archivo con la realidad social que contiene el relato de ficción familiar, desmoronan el imaginario de la libertad mientras que el mismo paisaje nos invita a disfrutar del despliegue cultural cubano.

La obra del siglo inauguró el ciclo de cine La memoria es un paisaje derruido dentro de la agenda cultural del MACBA. Durante el mes de Mayo/2025 este ciclo presentará cada miércoles propuestas del cine independiente cubano que han quedado aislados del panorama por la censura ideológica y desde el presente cuestionan los límites de la memoria, el exilio y la censura. El resto de las proyecciones prometen revolcar más fantasmas de la historia cubana.

¿Se lo va a perder? 


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