Die My Love: maternidad, deseo y horror
octubre 10, 2025Por Irene Roig Castellanos
Este año, en la 73ª edición del Festival de San Sebastián, Jennifer Lawrence recibió el Premio Donostia como una de las intérpretes más influyentes del cine contemporáneo. La gala que se celebró culminó con la proyección de Die My Love (2025), dirigida por Lynne Ramsay y producida por la propia Lawrence.
Presentada en Cannes, la película adapta la novela Mátame amor (2012) de Ariana Harwicz, una de las obras más impactantes de la literatura latinoamericana reciente. Ramsay traslada al cine el pulso salvaje y poético del texto, transformando el relato de una mujer en depresión posparto en un descenso al horror psicológico. La cámara, el montaje y el sonido nos sumergen en la disolución de la protagonista, en una maternidad filmada como pérdida de deseo y de identidad.
Algunos críticos, como Àngel Quintana y Carlos F. Heredero (Caimán CdC, 2025), han acusado a Ramsay de caer en el efectismo, de perder la hondura emocional bajo un exceso formal. Esta lectura omite la estrategia perceptiva y afectiva de la directora, que mantiene la continuidad de trabajos anteriores como Gasman (1998), donde ya exploraba la tactilidad y la materialidad de la imagen mediante la visualidad háptica. En Die My Love, Ramsay dirige esa atención sensorial hacia la psicología y la corporalidad de la protagonista, haciendo sentir al espectador su ansiedad, tensión y fragilidad. Tal como señala Manu Yáñez, la interpretación “kamikaze” de Jennifer Lawrence materializa la caída al infierno existencial de la protagonista y transmite de manera inmediata el desconcierto, el malestar y la fragilidad que atraviesan su cuerpo y su mente.
La película convierte la percepción visual en una experiencia multisensorial y afectiva, activando lo que Laura U. Marks y Carl Plantinga denominan “afecto pre-racional”, puesto que la emoción se percibe en el cuerpo antes de ser procesada cognitivamente. Desde la perspectiva fenomenológica, Ramsay trabaja con la experiencia encarnada del espectador, que se sitúa en contacto con el cuerpo de la protagonista y con la materialidad de la imagen, generando un vínculo sensorial y afectivo que trasciende la interpretación racional. Y siguiendo a Vivian Sobchack, esta percepción permite reconocer lo que vemos sensorialmente antes de poder nombrarlo o clasificarlo.
En la edición chilena del libro, publicada por Editorial Elefante, la escritora Romina Reyes ofrece una reflexión especialmente interesante en este contexto sobre la intensidad y el desgarro de la experiencia de la protagonista. Señala que toda ruptura con lo establecido y toda reivindicación del cuerpo propio conllevan una forma de violencia, porque implican desafiar los vínculos y expectativas que otros imponen. Desde esa mirada, la locura de la protagonista puede leerse como un gesto de resistencia frente a un sistema que exige a las mujeres cuidar, contener y desaparecer, una rebelión contra las normas que regulan su deseo y su identidad.
Esa misma violencia simbólica atraviesa el film. Die My Love se abre con cuerpos deseantes y vitales, para luego mostrar un contraste brutal, cómo el erotismo conyugal se apaga y el cuerpo femenino se transforma en un cuerpo de cuidados, expropiado de su deseo. La protagonista agoniza con la imposibilidad de seguir siendo amante, creadora y sujeto autónomo. La interpretación de Lawrence es física y radical, materializando el sufrimiento de manera que interpela al espectador. De esta manera, la película se inserta en la tradición del realismo perceptivo, donde la experiencia del espectador es inseparable de la percepción sensorial y afectiva del personaje.
Linda Williams, en Film Bodies: Gender, Genre, and Excess (1991), describía cómo géneros como el terror, la pornografía o el melodrama femenino representaban experiencias extremas del cuerpo, como la violencia, que generaban respuestas sensoriales intensas en el espectador. Según Williams, estas experiencias solían reproducir patrones tradicionales, el placer masculino o la victimización femenina. Die My Love, sin embargo, subvierte esos patrones, pues es la corporalidad extrema de la protagonista, la que genera un efecto pre-racional que pone al espectador en contacto con la experiencia femenina desde su propia subjetividad, transformando el horror y la tensión en una herramienta de resistencia y exploración del cuerpo y el deseo femenino.
En este sentido, Die My Love se inscribe en una constelación de obras recientes donde el feminismo se apropia del lenguaje del terror para repensar la experiencia femenina. The Substance (Coralie Fargeat, 2024) lo hace desde el body horror y la deformación grotesca, Salve Maria (Mar Coll, 2024) y Die My Love trabajan con una alteración de la percepción cotidiana que introduce terror y alucinación en lo doméstico. Las tres comparten un impulso común, que es utilizar el horror o la tensión y la intensificación de la experiencia sensorial (en sus distintos registros) para hacer visible la violencia y el malestar estructural que atraviesan los cuerpos y deseos de las mujeres.
¿Por qué domesticar una vivencia que se siente como un infierno? Die My Love apuesta por el desborde, el delirio y la intensidad como lenguajes de resistencia, porque es en la violencia de romper donde puede haber una posibilidad de liberación. La película nos recuerda que el cine puede ser un espacio donde cuerpo, percepción y afecto se entrelazan, y nos invita a percibir el mundo como lo hace la protagonista, a vivir su ansiedad y su desorientación, cumpliendo la promesa de un cine que piensa con el cuerpo.
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