SEMINCI 2025: O último azul, de Gabriel Mascaro
octubre 31, 2025
Por Pedro Jiménez Herrera
¿Qué pasa cuando los cuerpos y las vidas dejan de ser útiles para el sistema? ¿Cómo se organiza una sociedad en función de la vejez? ¿Qué sentido se otorga socialmente a la experiencia de quienes la están transitando? Estas preguntas llegaron a mí mientras me adentraba en el universo que propone el cineasta brasilero Gabriel Mascaro en su película más reciente O Último azul (El sendero azul), estrenada en España en el marco de la septuagésima edición del Festival de Cine de Valladolid.
Escribo sobre ella porque últimamente he pensado en la vejez, en lo que implica perder un horizonte de vida una vez se llega a cierta edad, y en la soledad que experimentan quienes atraviesan este umbral. Pareciera que hay una especie de olvido generalizado de estas presencias y de su importancia para el resto de la comunidad. Lo he escuchado decir muchas veces en voz de diferentes personas cercanas que temen ser dejadas a un lado, que poco a poco se perciben solas, sin respaldo, y sobre todo sin una base social suficientemente sólida que sea capaz de contener esta convulsión. Pareciera que el sistema económico y político en el que vivimos atrapara el tiempo de vida de los hijos, hijas, nietos, nietas, y personas cercanas a los más viejos, y en ello aceptáramos la pérdida progresiva de nuestra relación con quienes sostuvieron la vida antes de nosotros.
En medio de una suerte de fábula distópica y cómica en la que el gobierno o la autoridad promulga abierta e insistentemente la consigna “el futuro es para todos”, se dibuja un destino difuso para quienes cumplen cierta edad marcada en el documento de identidad y no tienen el dinero para evadirlo. Ese destino consiste en verse obligados a trasladarse a una colonia para viejos, y es difuso porque no llegamos a verla explícitamente pero sí escuchamos rumores respecto a qué sucede allí.
Ante esto se rebela Teresa a partir de gestos ingeniosos de huida, guiada por su propia voluntad, pero también por aquello que la encuentra en el camino -que es por momentos el río, la selva, otros navegantes-. Hay una lógica de encantamiento en la película que reorienta la búsqueda de la protagonista, hace que sus motivos se revelen otros, y que se abra poco a poco al poder de otras fuerzas que sacuden su espíritu. Si la primera idea de libertad que aparece se asocia con volar, con desenraizarse, poco a poco vamos descubriendo junto a ella que la manera en la que esta misma se manifiesta en este contexto es a través de las aguas: es tanto aprender a navegar como a arribar y a zarpar. Es también aprender a escuchar las señales, desenredar y enredar nudos y, en el fondo, nunca cantar victoria, no saberse libre del todo, pero a pesar de ello persistir.
En medio de esta realidad creada en la que Mascaro juega con el absurdo, la ironía y el humor de una manera ingeniosa, es hermoso ver cómo se recupera a través de la imagen y el relato fílmico la posibilidad del gozo, el disfrute, el relajamiento y el descontrol en el proceso de envejecer. Al mismo tiempo, no se queda allí. Hay un valor en lo no conclusivo, en la ambigüedad de la definición de esa ruta que va elaborando Teresa, que es además una especie de portal para ver las contradicciones y complejidades de los territorios amazónicos: tanta densidad selvática que es pura vida latiendo, la presencia de rezagos de procesos de evangelización, las consecuencias de la explotación del caucho que retorna como basura para ocupar las laderas del río, y la propaganda de un Estado que se autoproclama como aquél que homenajea la vejez pero que en el fondo la perfila, la encarcela y la desecha.
La baba de un caracol azul que cae sobre el ojo de algunos de los personajes del filme es la llave para ver el futuro. Según dicen estos mismos, si lo encuentras es porque te busca y quiere revelar algo para ti. O Último azul podría ser una gota de esa misma baba en el ojo de los espectadores. Una suerte de encantamiento incómodo que nos interpela y hace preguntas respecto a ese futuro que es envejecer.


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