INDIFEST 2025: El monolito y la herida
noviembre 10, 2025Imágenes del despojo en el cine indígena
Por Juan Martínez
En los grandes momentos del cine y en su vasto universo de obras canónicas, hay una que nos recuerda al famoso monolito liso, rectangular y negro que aparece frente a un grupo de monos en la película 2001: Odisea en el espacio (1968), dirigida por Stanley Kubrick. Este elemento se ha convertido en un referente inconfundible dentro del género de la ciencia ficción: un símbolo místico de gran importancia que genera intriga y despierta incógnitas por su aparición y su estética. Pero si dejamos atrás la ciencia ficción y cruzamos la “línea divisoria” para entrar en el mundo real —aunque hoy en día esa brecha se haya difuminado con las nuevas tecnologías y la creación de imágenes generativas—, surgen nuevas preguntas.
¿Qué sucede cuando se descubre un monolito tallado en piedra, texturizado en su máxima materialidad, sumergido en tierras reales y sobre cimientos de minerales naturales? ¿Y si este mismo monolito se convierte en un elemento clave dentro de la historia de un territorio? Me refiero, más precisamente, a un objeto arqueológico forjado por antiguas culturas mexicanas que utilizaron el arte para proyectar sus creencias y valores: el sentir indígena.
Hay una realidad innegable que se revela con fuerza al ver y escuchar la historia de Cándido Toledo López, narrada en el documental Binnigula’sa’ – Los Antiguos Zapotecas (2024). Cándido —nombre que resuena en los territorios zapotecos de Oaxaca, más exactamente en Juchitán— es un ciudadano de origen zapoteco que, a los catorce años, descubrió por casualidad un monolito de origen y estética zapoteca. A partir de ese momento crucial se escribió una nueva historia “arqueológica” para su pueblo, marcada por los valores indígenas de lucha y resistencia cultural.
Este documental mexicano, que tuve la oportunidad de ver en el marco del Festival Independiente de Cine Indígena INDIFEST 2025 en Barcelona, llegó a mí por casualidad, pero me impactó profundamente. Su narrativa, construida a través de imágenes, sonido y animación, se entrelaza con la historia de Cándido, cuya vida refleja una lucha constante y un padecimiento cultural que atraviesa el tiempo. La película, realizada por cineastas independientes del mismo pueblo zapoteco, emplea las herramientas cinematográficas —cámara, guion, sonido— para materializar una historia necesaria y ponerla a circular por diversos territorios. En ella se expone una realidad oculta: la del despojo arqueológico y la extracción de piezas autóctonas de los pueblos indígenas, que luego terminan exhibidas en museos bajo una curaduría que, aunque busca preservar, despoja a las piezas de su contexto, su historia y su esencia mística. Así, las obras se transforman en trofeos visuales para el deleite turístico, reforzando la validación de museos que coleccionan objetos como botines culturales.
Binnigula’sa’ es un documental lleno de alma y de denuncia, sólido en toda su estructura. Desde las animaciones y los diálogos en lengua zapoteca —una decisión muy acertada para mantener la identidad— hasta el trabajo sonoro y las imágenes de archivo, la película logra una composición atractiva que mantiene al espectador conectado con la historia. Una de las escenas más poderosas muestra una fotografía de Cándido junto al monolito en los años de su descubrimiento: una imagen que abre una ventana de reflexión sobre la verdadera incidencia de los museos y la arqueología contemporánea. Acciones que, aunque se presenten como “rescate cultural”, pueden afectar y demoler la memoria de una sociedad indígena que lucha por preservar sus antigüedades e identidad material. Esto nos lleva al concepto de colonialismo interno, una manifestación del colonialismo sistemático que aún persiste en muchos territorios.
Un colonialismo que no ha cesado y que sigue siendo el pan de cada día: saqueando y robando reliquias, usurpando objetos materiales y despojándolos de su valor ancestral, como ocurre con este monolito zapoteco. Este relato documental, basado en hechos reales, conmueve profundamente al mostrar el recorrido vital de Cándido, ya anciano, regresando a ver el monolito después de sesenta años, no en su tierra natal, sino en el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México. Allí, la pieza descansa tras una vitrina, acompañada de una ficha técnica que —en cierto modo— legitima el rapto cultural, adjudicando el “descubrimiento” a otros nombres. Un hecho doloroso que evidencia que las luchas indígenas no son solo políticas, sino también culturales, y que la reivindicación de la memoria y el patrimonio sigue siendo esencial para la preservación de las identidades territoriales.
Hacia el final del documental aparecen estudiantes de colegio que buscan preservar la historia como futuros protectores del legado zapoteco. Su entusiasmo contrasta con el pasado de Cándido, quien en su momento no tuvo las herramientas para defender su hallazgo. Pero hoy las nuevas generaciones indígenas no temen: tienen las agallas para establecer precedentes de lucha y resistencia, especialmente en territorios donde la preservación cultural es una forma de dignidad frente a este mundo acelerado, mercantilista, hostil y usurpador.
Museos, arqueología, apropiación, colonialismo, poder, despojo: palabras que resuenan con fuerza. No es casual que en noviembre de 2025 se haya inaugurado el nuevo Museo de Egipto, mientras ese país reclama desde hace años la devolución de piezas saqueadas por potencias coloniales. Un caso emblemático es el busto de la reina Nefertiti (1370–1330 a.C.), exhibido como trofeo en el Neues Museum de Berlín. Este es solo un ejemplo entre muchos de un fenómeno global de despojo patrimonial.
Hoy, el nombre de Cándido sigue resonando en mi mente, recordándome la urgencia de defender nuestras raíces, reafirmar nuestras convicciones y luchar por la reivindicación de lo que nos pertenece. Es reconfortante ver que el director de Binnigula’sa’ haya asumido una postura comprometida, rodeado de un equipo profundamente arraigado a la cultura y la identidad zapoteca.


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