ROTTERDAM 2025: Primeros días en el país holandés
febrero 05, 2025Desde el certamen neerlandés, analizamos Tardes de soledad de Albert Serra, Deuses de pedra de Iván Castiñeiras, ¡Caigan las rosas blancas! de Albertina Carri y Fiume o morte! de Igor Bezinović.
Nicolás Gibbs (Festival de Rotterdam)
Parado frente a un cartel del Festival de Rotterdam, un hombre prueba distintas posiciones para una cámara de fotos. Al lado suyo, una directora lleva media hora explicando de qué se trata su cortometraje de cinco minutos. Entre ellos pasa una horda de espectadores que sale de una sala, algunos con cara de indiferencia y otros con palabras entusiasmadas. Todos ellos llevan acreditaciones de distintos colores y me dan la confusa intuición de que si te ves rodeado de tantas acreditaciones y cámaras es porque has llegado tarde. Entonces, mientras esperamos para entrar a una función, le pregunto a un voluntario holandés qué sabe él de este festival y su ciudad. Él me muestra una foto de los años 40: una vista aérea en blanco y negro de una llanura de escombros con solo un edificio en pie. Tardo un poco en entender que ese campo apocalíptico es Rotterdam después de un bombardeo alemán. Toda esta ciudad por la que caminamos, me dice el holandés, es una reconstrucción reciente. Una de las pocas cosas que quedaron de antaño es el cine Oude Luxor. Y el pequeño festival de cine que empezó en los años 70 fue, según me cuenta, uno de los espacios fundamentales para dar vida cultural a esta ciudad de edificios modernos metálicos y grises. La cantidad de espectadores locales y la forma en que el festival está integrado en lo cotidiano de su ciudad dicen algo del carácter de IFFR.
La película en competición que esperamos a ver es Fiume o morte!, una reconstrucción de los sucesos insólitos que significaron la ocupación de la ciudad de Fiume (Rijeka, Croacia) por parte del militar italiano fascista Gabriele D'Annunzio. La película emplea recursos documentales y ficcionales para reconstruir cronológicamente los sucesos en pos de desmontar una visión triunfal del militar. La herramienta fundamental para ese fin es el humor. No es la primera vez que un líder fascista es desnudado de su disfraz épico y heróico a través de la comedia. En este caso, el humor camina mano a mano con el exotismo de la figura de D'Annunzio para identificarlo más bien con el orden de lo absurdo. Estas miradas hacia el pasado político del siglo XX no son azarosas: en un café abrí una revista holandesa y me sorprendí con un dibujo de Javier Milei sosteniendo una motosierra. No puedo dejar de entrever la enorme distancia entre ese símbolo de la carnicería desmedida del cine argentino y la presentación de ¡Caigan las rosas blancas!, la última película de Albertina Carri que esta mañana recibió los elogios de una sala llena. El film narra, mediante un despliegue formal psicodélico, el road trip de un grupo de realizadoras porno queer. También construida desde el humor, la película no deja de evadirse y mutar de género constantemente, incluso introduciendo lo documental para cuestionar la representación cinematográfica de y en América Latina. Habría que volver a ver ese pasaje en el que filma con una cámara analógica un breve documental sobre la "aporofobia", la fobia a la pobreza.
Escribo rápido en un café y desde mi teléfono, porque en mi cuarto de hostal alguien siempre ronca o grita. Comparto habitación con varias personas que buscan trabajo hace un tiempo y tienen todas sus cosas apiladas esperando a encontrar un cuarto propio. Uno de ellos me dijo con total seguridad que algún día va a dirigir una película y lo va a hacer para mostrar la realidad como es y no como te la muestran en el cine. Sin ir demasiado lejos de esa intención, hasta ahora la experiencia más cercana a un cine de lo real quizás haya sido la película española Deuses de pedra de Iván Castiñeiras. Rodada durante 15 años en 16mm, el film explora un territorio fronterizo entre España y Portugal desde la intimidad de una familia. La película es suficientemente abierta y honesta para que se infiltre la experiencia de una comunidad rural que sufre el destino de desaparecer como muchas otras. La hora y media del film reúne materiales a primera vista muy dispares pero quizás allí esté justamente su virtud. Sus protagonistas se vieron a sí mismos en pantalla y estuvieron presentes en el coloquio para dar testimonio de un proyecto comunitario que trasciende a la película.
Por otro lado, Albert Serra estuvo presente para la función de su última y magnífica película Tardes de soledad, que ofrece un poderoso retrato de las corridas de toros en España. Siguiendo al torero estrella Andrés Roca Rey, la cámara registra su círculo más cercano y ofrece una mirada íntima del ritual en la plaza de toros. Es una experiencia impermeable a la indiferencia. Eso era visible en el rostro de muchos espectadores que se levantaron de la sala en el instante que apareció un primer plano de un toro asesinado. La crudeza y crueldad de esas imágenes es difícil de soportar, pero evidentemente ese es el destino final del ritual taurino. La profundidad de la película está en el registro de todas las creencias y costumbres masculinas que rodean a esa muerte. En ese aspecto, es significativo el lugar que ocupan los acompañantes de Roca. Como ocurría en Deuses de pedra, Serra plasma la sensación de haber filmado el principio del final de una tradición cultural. El coloquio causó risas porque Serra no quiso o no pudo dejar hablar a nadie más que a él. Su presencia hacía imposible separar la película de su figura autoral. Dijo que el torero Roca Rey juzgó la película como demasiado violenta y no se vio retratado con suficiente triunfalismo. Pero Serra sostuvo una tesis en su monólogo: el documental debe traicionar a su objeto de estudio para llegar a proponer una mirada.
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